Ahora resulta que el gobierno quiere llamar al orden a las televisiones porque, parece ser que su programación basura tiene parte de culpa en la formación del espíritu nacional del macho ibérico hispano.
La telebasura es tal por los asuntos que aborda, por la gentuza que exhibe y el enfoque absolutamente distorsionado en lo que a informar se refiere. Los promotores de toda esta mierda tienen muy claro qué es lo que tienen que hacer para congregar masas de espectadores unineuronales frente a la pantalla de la tele: sexo, violencia, sensiblería, el consabido “podría haberle ocurrido a usted”, humor grueso hasta decir basta…
Fíjense que el ensañamiento siempre es negado, se trata más bien, según los productores, de preocupación y denuncia; eso sí, utilizando siempre las explicaciones más simplistas que se tengan a mano y el uso y abuso de eso tan moderno que es la teoría conspirativa. Bajo el manto de la cábala conspiratoria, la telebasura obtiene carta blanca para intoxicar como bien le venga en gana.
Por otra parte, la indiferencia de la telebasura frente al derecho del honor, la intimidad, la presunción de inocencia, desemboca en la realización del “juicio paralelo”, en la presentación de trascendentales testimonios aparentemente auténticos y, por supuestos, amparados en la libertad de expresión (eufemismo que se invoca cuando se pretende abrir la boca por abrirla)…
¿Por qué la programación infantil es casi inexistente? ¿Será que a los niños les mola más una playstation que Espinete?
Que el gobierno llame al orden a las cadenas de televisión es, cuando menos, demagogia. Es como esa madre que, aburrida, espeta cada minuto y medio el consabido: “Jennifer! Deja de molestar que como vaya yo pallá te vasaenterar!!!!!” En fin, que es gesto loable pero que no tendrá trascendencia alguna porque, piensen (con perdón) que si el gobierno dice que va a leer la cartilla a los productores de telebasura, lo primero que debería haber hecho es predicar con el ejemplo y suprimir esa bazofia llamada “España directo” que, entre otras lindezas, pagamos entre todos porque es producto de eso que llaman “el ente público”.
Si un niño, de entre cuatro y 12 años, ve una media de 140 minutos de televisión a diario seguramente la culpa la tendrá ese progenitor moderno que se lo permite. Así que si los tramoyistas de la moral y los miopes espirituales creen que la televisión es culpable de que sus hijos anden por ahí hechos unos cabestros, escupiendo en el suelo, levantando las faldas de las niñas y abofeteando a los empollones o a los de otra etnia (empollones o no) y todo esa serie de comportamientos que en un futuro adquirirán el rango de españoles, quizá deberían recapacitar un poco y pensar que la culpa es de ellos, en su faceta de padres descalabrados, y no del “Diario de Patricia”. La culpa es de ellos por legar a la caja necia el papel de niñera y no acatar su responsabilidad y dedicarse a educar ellos mismos a los déspotas cabezones que un aciago día decidieron traer a este mundo. Y si no pueden ocuparse de ellos, pues no los tengan, que parecen tontos.